E
NIGMA
COLIN KAPP
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Título original: ENIGMA
Traducción de B. Samarbeto
© 1960 by Nova Publications Ltd. Published by arrangement with E. J. Carnell
De Nueva Dimensión n. 25. Agosto septiembre de 1971
EDICIONES DRONTE
Merced, 4
Barcelona 2
ESPAÑA
Edición electrónica de diaspar. Málaga Febrero de 1999-02-11
Ilustrado por RAMON DE LA FUENTE
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Colin Kapp es un joven científico británico, que en los últimos años se está creando una sólida reputación como autor de SF. Prestando servicios como asistente técnico en trabajos electro-químicos en uno de los principales laboratorios de la Gran Bretaña, Colin, que empezó a escribir SF en 1958, es el clásico ejemplo del científico que escribe ciencia ficción.
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-¡Emergencia! ¡Emergencia! Que la escuadra de artificieros M siete cuatro se presente en el Control de Operaciones. Repito, que la escuadra de artificieros M siete cuatro se presente en el Control de Operaciones.
Roger estaba fuera de su litera, vistiéndose antes de despertarse del todo, sus acciones impulsadas por una respuesta subconsciente que había seleccionado aquella llamada de entre todos los graznidos nocturnos del altavoz. Más allá, entre las cerradas filas de literas, otras dos figuras estaban batallando para ponerse los implementos del equipo.
-¿Qué es lo que ocurre? - preguntó Mark cuando llegaron a la puerta.
- No lo sé. Debe de ser algo importante para que se haga una llamada de emergencia. Parece ser otra especialidad del Mayor Gruman. Vaya mala suerte, me iba de permiso mañana.
Los tres hombres estaban corriendo ahora, a lo largo del ancho túnel de cemento, hacia el cuarto de Control de Operaciones. A esa hora de la noche tenían todo el pasaje para ellos, excepto los inquietos centinelas que guardaban ciertas puertas estratégicas. Sin embargo el silencio era engañoso, pues el Centro de Defensa Nuclear nunca dormía. Sobre ellos, en los niveles más altos, todos los recursos de las comunicaciones modernas estaban siendo utilizados para clasificar un flujo interminable de información decisiva, la cual era analizada, resumida, y enviada segundos más tarde en código a los estrategas maestros de la división táctica del cuartel general.
Aquello era la guerra... unas extrañas tablas atómicas en las que ningún bando se atrevía a utilizar el máximo rendimiento de las super-armas de su arsenal, puesto que en ese caso sus conquistas serían inútiles, debido a la radiactividad y a que la contaminación atmosférica se elevaría aún a límites más intolerables. Aquella era una guerra que habla de ser ganada en los campos de doradas cosechas o perdida en la mutilada cadena de producción. El arte de la guerra consistía en inmovilizar las áreas críticas productoras sin ninguna destrucción efectiva... excepto como último recurso. Y era este <último recurso> el que concernía a hombres como el Mayor Michael Gruman.
Gruman ya estaba en el cuarto de Control, discutiendo los índices de los mapas con el Controlador, cuando los tres hombres entraron. Los saludó con un gesto de su cabeza. Los componentes de este equipo en particular no habían sido seleccionados al azar. Cuando una «especialidad» necesitaba ser atendida, alguien pedía por Gruman y Gruman llamaba a los que mejor podían apoyarle. No era un asunto de preferencias sino una cuestión de supervivencia.
- He aquí lo que ocurre - dijo el Controlador -. Un aparato estratosférico efectuó una incursión hace una hora, rebasó la línea del radar, penetró nuestras defensas costeras del sur y dejó caer un huevo antes de que un cohete lo alcanzara.
-¿Un huevo nuclear? - preguntó Roger.
- Sí. Algo que creemos es una mina nuclear de tipo Ne fue lanzada en Crawdon. Ha caído en un lugar en el que en su alcance inmediato se encuentran una factoría de vehículos pesados, el aeropuerto, los servicios de gas, agua y electricidad que abastecen a todas las áreas hasta la costa, una de nuestras mayores fábricas de municiones y ciento treinta y dos plantas industriales.
- Y un cuarto de millón de casas - añadió Gruman con gravedad.
- Exactamente. En otras palabras, los servicios que ha puesto fuera de acción efectiva constituyen un perjuicio mucho mayor que el correspondiente a su verdadero poder de destrucción. No solo hemos tenido que evacuar el área de la explosión sino que también hemos tenido que despejar el radio de la llamarada. Si es una Ne, indudablemente permanece bajo control remoto en caso de que tuvieran que decidirse a hacerla estallar. Por lo tanto, nos vemos obligados a mantener una evacuación completa en un radio de once kilómetros y evacuación civil en ocho kilómetros más. Eso nos impide cualquier clase de operaciones productivas sobre más de setecientos kilómetros cuadrados de territorio. - Alzó la vista desesperadamente -. No podemos permitirnos esta clase de paro. Si no fuera por el nivel de radiación existente deberíamos detonaría y al infierno con los daños, pero debido al nivel de contaminación debemos probar cualquier método disponible a fin de sacarle los dientes a la bomba. Mayor Gruman, esto es asunto suyo. Desarme esa bomba y le daremos su nombre a un día de la semana.
- Nadie ha conseguido nunca desarmar una Ne - dijo Gruman mirando a su reloj -. Más vale que nos pongamos en marcha, ya casi estamos a la mañana del Gruman.
El destacamento de transporte se habla formado y estaba a punto para partir. Dos camiones para el transporte de bombas y una multitud de vehículos de diversos servicios, incluyendo los enormes remolques de Telecomunicaciones, habían sido dispuestos rápidamente en respuesta a las precisas instrucciones de Gruman. A una señal se pusieron en marcha, rompiendo el silencio de la noche con el rugido de sus poderosos motores.
Pronto se encontraron con un denso programa de evacuación ordenado para despejar el área de peligro. Los escoltas se adelantaron hasta las intersecciones importantes a fin de asegurar una vía libre al convoy militar.
En el límite de ocho kilómetros los camiones empezaron a dispersarse, mientras los militares reemplazaban a la policía civil y el área quedaba bajo la ley marcial. A tres kilómetros de la bomba, los remolques de Telecomunicaciones se separaron de los diesel de transporte y empezaron a ponerse en servicio. Dos kilómetros más, y el resto del convoy se detuvo. Incluso los artificieros debían caminar el último kilómetro.
Unos últimos apretones de manos con los conductores, y entonces Michael Gruman y sus hombres marcharon hacia su objetivo. La despejada noche estaba dando paso al alba, y las oscuras, achatadas moles de las factorías, durmientes y muertas, eran los únicos testigos de los cuatro hombres cautelosos que llevaban el peso de una guerra solitaria y desesperada.
La bomba había caldo en el emplazamiento de una fábrica destruida hacía pocos meses por un pequeño proyectil dirigido de alto poder explosivo. No se sabía si el hecho era intencional o coincidencia, pero la bomba aparecía, grande y visible, casi en el centro de un claro lleno de escombros y ladrillos derrumbados, lo que era un siniestro anticipo de un intento aún más maligno.
Apartándose de las factorías, Michael estudió cuidadosamente los alrededores.
Pronto halló lo que andaba buscando. En un extremo del claro había parte de un refugio de cemento armado, ahora abierto como una ostra por un caprichoso efecto de la explosión del anterior proyectil dirigido. Serviría como base desde la que operar, y lo denominó punto de seguridad, en recuerdo de aquel tiempo en que los equipos de artificieros podían operar desde un refugio protegido. Entonces, él y Roger realizaron un estudio preliminar de la bomba a través de 109 binoculares, mientras Jed y Mark tendían líneas telefónicas y coaxiales hasta el límite de dos kilómetros, para conectarlos con Telecomunicaciones.
Una hora más tarde habla bastante luz como para tomar las necesarias fotografías sin tener que usar flash. Jed reveló las telefotos de alta definición en un maletín fotográfico y Gruman comenzó entonces la tarea, altamente especializada y poco segura, de predecir las características de la bomba por las configuraciones visibles en su carcasa globular. Cuando hubo terminado su análisis aún estaba más descorazonado con todo el asunto.
- Tenemos problemas - dijo - Ciertamente es, en lo básico, una bomba tipo Ne, de reacción zeta iniciada por fusión, pero el conjunto de detectores parece ser una verdadera cerdada. Hay un grupo de elementos fotosensibles que van desde el ecuador de la bomba hasta el eje vertical, en todas direcciones. Por la forma en que están situados no parece haber un punto ciego, y me atrevería a decir que es casi seguro que cualquier cosa que produzca una repentina fluctuación lumínica a una altura de un metro del suelo produciría la detonación de la bomba. Si uno se acerca caminando a un centenar de metros de ella, es indudable que lo detecta.
- Eso significa que tendremos que reptar - dijo Roger disgustado -. ¿Qué pasará con las variaciones naturales de la luminosidad?
- Siempre que sea un fenómeno de cambio lento, la bomba lo admitirá. Pero cualquier cosa que se recorte contra el cielo o que acuse una repentina reflexión, como por ejemplo el destello de una ventana, sería fatal. Mejor será que comprobemos que no hay nadie en la factoría tras nosotros y avisemos a Control para que aparte a todos los aviones de este distrito para que no dejen caer su sombra sobre la bomba.
-¿Tiene algún dispositivo detector de capacitancia? - preguntó Roger.
- Seguramente debe de tener algún detector de cambios de capacitancia de alta sensibilidad, pero situado muy en alto. Deben confiar bastante en esta bomba porque las antenas de radar también están en lo alto. Ninguno de estos aparatos nos afectará mucho si tomamos las precauciones habituales y nos mantenemos por debajo del ecuador, pero tendremos que andarnos con mucho cuidado si traemos cualquier red de interferencia radial. Por debajo del ecuador parece haber solo algunas trampas ultrasónicas de reflexión, y creo que podremos eliminarías con los procedimientos normales. No obstante - su mirada se hizo más sombría -, eso no es lo peor del asunto.
-¿Hay algo más?
- En realidad no es nada nuevo. Es algo que Petersen describió en Hannover. Y estaba describiéndolo cuando lo envió a la estratosfera convertido en lluvia radioactiva de carbono. Mira ahí, se ve un anillo de pequeños cilindros cerca del ecuador. Obviamente se trata de algún tipo de detectores, pero ¿de qué? No pueden ser infrarrojos porque el ángulo sería demasiado limitado. Probablemente tampoco sean magnéticos, pues uno no consigue nada con un detector magnético si lo coloca en una lata. Y también está ahí la otra cosa que Peterson descubrió. Mira las antenas.
Roger estudió cuidadosamente la fotografía.
- No veo... ¡Infiernos, sí! Las antenas.
-¡Exactamente! ¿Qué tipo de aparato comunicador necesita seis antenas independientes? Lo mejor será sacar el radio detector y ver si Telecomunicaciones puede averiguar qué es lo que está recibiendo o transmitiendo. Hay algo verdaderamente extraño en esta bomba, y no me avergüenzo de admitir que me gustaría estar en cualquier lugar que no fuera este.
Mil kilómetros cuadrados de obligada inactividad. Una bomba Ne es una excelente arma en las guerras de nervios y productividad. Si uno mantiene una mina Ne fuera del alcance de los desesperados dedos de un grupo de artificieros, uno puede paralizar indefinidamente un área. El potencial de hostigamiento del arma, amenazadora, pero sin estallar, es un millar de veces mayor que su poder destructivo. Si uno logra la fórmula de instrumentación adecuada para las minas nucleares, uno puede paralizar todo un país sin tener que liberar ni una sola vez la mortífera radiación. La incorporación de un detonador por radio incrementaba el aire de incertidumbre de la bomba, e impedía el reinicio de la vida normal por el simple expediente de construir un muro a su alrededor e ignorar el peligro.
El teléfono brilló silencioso con una señal de llamada. Gruman escuchó cuidadosamente y lo colgó con un suspiro.
- No tenemos suerte - dijo - La bomba está transmitiendo una cosa liada que ni siquiera tiene señales de ser un código. Telecomunicaciones aún está tratando de descifrarla, pero por el momento resulta imposible. Debemos suponer que la bomba está por ahora recibiendo alguna transmisión que mantiene inactivo el detonador. Su consejo es que no tratemos de interceptar las señales radiales hasta que tengamos alguna otra información que nos pueda dar una pista. Roger, quiero que te acerques y le des una mirada desde unos doscientos metros.
-¡De acuerdo! - dijo Roger -. Pero no voy a ver gran cosa a esta distancia.
- Toma los prismáticos no metálicos y mira si puedes averiguar algo de esos cilindros. Deben de tener alguna misión y no podemos arriesgarnos a acercamos más hasta que sepamos lo que son. Tengo la idea de que están relacionados, de alguna manera, con las antenas. Si pudiéramos identificarlos, quizá lográsemos ayudar a Telecomunicaciones a descifrar el código de transmisión. Usa un cable de aislamiento total en el intercomunicador, y pégate al suelo en la forma en que tú sabes.
Roger se movió cautamente por el martirizado terreno. Le costaba un gran esfuerzo y el cable del intercomunicador, con sus aisladores, se enredaba una y otra vez con los montones de cemento y destrozados cascotes. Finalmente, Mark le siguió y se ocupó de que el delgado cable negro no se enredase. El sol matutino estaba haciéndose más fuerte y las amplias áreas de cemento desmenuzado constituían tina trampa solar, agónicamente cálida para un hombre reptante ataviado con el uniforme negro de los artificieros. Roger halló en ello un buen motivo para ejercitar su vocabulario profano.
- Doscientos metros - dijo la voz de Roger, repentinamente calmada, por el comunicador.
-¿Qué es lo que puedes ver? - le preguntó Gruman.
- Desde luego es un tipo Ne. Al menos, la parte inferior parece bastante convencional. Hay una portezuela para elementos moderadores de fácil acceso y que no creo que contenga una trampa. Evidentemente es una bomba de fusión con forro de cobalto. Si estalla la lluvia radioactiva limpiará un área desde aquí hasta la costa.
-¡Los muy cerdos! - dijo Gruman -. ¿Qué hay de esos detectores?
- Es más o menos lo que pensábamos. Todos parecen de tipo standard excepto los cilindros. ¿Supones que habrán colocado algún micrófono en esa cosa?
- Es posible, pero no veo para qué. La bomba sería demasiado susceptible de detonar accidentalmente si estuviesen usando un disparador fonosensible. Un pájaro o una abeja que se acercase mucho serían suficientes para detonaría. Recuerda, no desean que la bomba explote a menos que se la interfiera deliberadamente. No pueden permitirse el lujo de un incremento de radioactividad, como tampoco podemos nosotros.
- Eso es cierto, pero se parecen demasiado a micrófonos de alta sensibilidad desde donde me encuentro. ¿Me acerco algo más, para verlos mejor?
- Aún no - le dijo Gruman -. Regresa al punto de seguridad. Hay demasiados misterios en esa maldita bomba. Esperemos un poco para ver si Telecomunicaciones obtiene algún resultado.
-¡De acuerdo! - contestó Roger -. Cuanto antes me vaya de estas ruinas ardientes mejor me sentiré. ¡Dios mío, cuanto me gustaría echarle unas piedras a ese cacharro!
- Te evitaría el tener que volver a rastras - comentó amargamente Michael Gruman.
- Llamada de Telecomunicaciones - dijo Mark, entregándole el teléfono.
Gruman escuchó incrédulamente.
-¿Tres? - preguntó -. ¿Estás seguro?
- Eso es lo que he dicho - el Teniente Sandor de Telecomunicaciones era un hombre sensible y exacto -. Le aseguro que esa bomba de ustedes tiene tres transmisores distintos y que cada uno de ellos está emitiendo cosas incomprensibles.
-¿Y no pueden descifrar el código?
- No es un código... Al menos lo que entendemos habitualmente por tal. Aparentemente, es un ruido emitido al azar. Todos los transmisores lo estaban lanzando a pleno volumen hace una media hora.
La mandíbula de Gruman se cerró con un chasquido:
-¿Puede darme la hora exacta de eso?
- Seguro. La emisión subió de volumen a las once dieciséis y bajá a las once cincuenta y uno.
- Eso coincide con la aproximación de Roger para observaría. Mire, Sandy, esa bomba nos está observando de alguna manera, y está pasando la información. Si puede detectar a Roger arrastrándose por entre los cascotes a doscientos metros, ¿ qué es lo que va a hacer cuando tratemos de acercarnos? Tiene que descifrar esa señal y decirnos lo que significa y qué tipo de fenómenos debe de estar observando. ¿No será algún tipo de transmisión televisiva?
- No, ya pensamos en eso, pero no hay evidencia alguna de pulsaciones de sincronización. Además, uno no puede enviar ninguna información televisiva útil en unas frecuencias tan bajas. Hemos tomado grabaciones de muestra de las tres transmisiones y estamos tratando de descifrarlas de todas las maneras en que se nos ocurre. Le llamaré de nuevo sí obtenemos algún resultado válido.
-¡Infiernos! - gruñó Gruman, colgando el auricular -. Esto se hace cada vez peor. Mientras Telecomunicaciones está trabajando con un problema según la teoría de la información inversa, tenemos que acostumbrarnos al hecho de que esa maldita bomba tiene alguna forma de saber cuándo alguien anda por sus alrededores. No solo eso, sino que además tiene una forma extraña en que pasar esa información a quien sea que la controle. Visto desde ese punto, la nuestra es una situación altamente molesta, especialmente porque no sabemos qué medios de observación usa y cuán detallada es la información que transmite.
-¿No podríamos efectuar unas pruebas? - preguntó Roger -. ¿Probar con un sonido, una luz, una pulsación de radio, y demás, y ver como responde?
-¿Cómo? Si damos una señal que haga reaccionar cualquiera de los detectores automáticos ya no tendremos nunca oportunidad de dar otra. Los que hicieron esa bomba no eran ningunos estúpidos. Ahora, tan solo Telecomunicaciones puede darnos una pista.
- No puedo soportar esta inactividad - dijo Roger -. Me gustaría acercarme de nuevo. Tratar de llegar a un centenar de metros, para ver si puedo averiguar algo de esos cilindros.
Michael consideró cuidadosamente la propuesta.
-¡De acuerdo! No creo que la hagas estallar si te mantienes a esa distancia y permaneces en el suelo. Pero no te acerques más. Sus diseñadores deben de haber pensado en cada una de las acciones que intentemos. Saben que nos han propuesto un enigma y no me cabe duda de que se han asegurado de que nuestra propia curiosidad nos mate.
A un centenar de metros de distancia, Roger se detuvo y estudió cuidadosamente la bomba. El enorme y misterioso artefacto de ingeniería destructiva tenía grabada la muerte repentina en cada línea y ángulo. Cada hendidura o relieve de su carcasa casi esférica contenía algún tipo de detector, algo destinado a estudiar la delgada línea que separaba los fenómenos deliberados y accidentales. Era como un animal, reflexionó, un cerebro cansado tratando de descansar. Un cerebro torturado por manías persecutorias y dispuesto a defenderse por el único método a su alcance: la autodestrucción.
- Estás murmurando - la voz de Mark en los auriculares le despertó de su ensueño.
- Ya lo sé - contestó Roger -. Estoy acostumbrándome a esa cosa. Además, el calor es endiabladamente intenso en estas piedras. Quiero acercarme un poquito más. El poder de resolución de estos prismáticos no es muy grande y aún estoy preocupado por esos cilindros.
- Yo no te aconsejaría que fueses - dijo Mark -. Michael acaba de ir a encontrarse con un camión de Telecomunicaciones para recoger no sé qué. Creo que han descifrado el código. Regresa al punto de seguridad.
- ¡Ca! - respondió Roger -. No he venido hasta aquí para tomar el sol. Unos metros más y podré verlo bien.
- Te estás arriesgando de una manera estúpida. ¿Por qué no esperas hasta que regrese Michael?
- No vale la pena. Dentro de diez minutos sabré lo que deseo. Mantén los dedos cruzados.
Aún más consciente ahora de la necesidad de pegarse al suelo, Roger se deslizó hacia adelante, pero halló el camino directo cerrado por un trozo de pared derruida sobre el que habría sido peligroso intentar pasar. En lugar de eso, se metió por lo que en otro tiempo habla sido un corredor del viejo edificio. Los restos estaban más acumulados en aquella parte de las ruinas, pues los hablan amontonado con terraplanadoras, y desde el suelo no tenía forma de averiguar lo cerca que estaba del objetivo. Solo cuando salió de nuevo a un área descubierta se dio cuenta de que había pasado de largo.
Sudó silenciosamente su susto tras un montón de ladrillos hechos polvo. Se hallaba ahora cerca de la bomba, mucho más cerca de lo que había deseado: quizá a menos de cincuenta metros. Y cuanto más se acercaba, menos le gustaba. Los detectores de la bomba le proporcionaban una capacidad de observación que la hacían casi... consciente. Era como si la maldita cosa estuviese observando y quizá hasta riéndose en voz baja, en lo profundo de sus entrañas de plutonio. Estaba metido en un buen lío, pero al menos tenía una mejor posibilidad de ver lo que andaba buscando. Quizá aquel fuera el momento decisivo.
Repentinamente, la voz de Gruman surgió débil en sus auriculares:
- Regresa, Roger. Tenemos otra pista acerca de la cosa.
Roger se agitó intranquilo.
-¿No puedes contarme lo que es a grandes rasgos?
- No, regresa inmediatamente al punto de seguridad. Es una orden. Y otra cosa... no hables. ¡Esa maldita bomba está escuchándonos!
-¡No seas estú...! - Roger mordió las palabras hasta quedar en silencio y contuvo su emoción apretando su sudorosa frente contra el polvo. Luego, lenta y dolorosamente, se arrastró de vuelta al punto de seguridad. Una vez en el refugio, sus sentimientos se soltaron en una oleada de ira.
-¡Cielo santo, Michael, ¿era necesario hacerme volver?! Diez minutos más no hubieran significado nada y podríamos haber averiguado muchas cosas. No sabes lo que es el arrastrarse como una medusa apaleada por estas ruinas.
Gruman mantuvo su mirada, firmemente.
- No - dijo -. No sé lo que es. Además, no me importa. Mi tarea es el conseguir que manejes esa máquina diabólica con un razonable margen de éxito. Si eso significa que tengas que desandar camino un centenar de veces, me parece bien. Si no te gusta, dilo, y buscaré otro.
- Te parece bien - dijo Roger - Estás aquí sentadito, limpio y fresco, dando órdenes. Me gustaría verte sudar arrastrándote sobre el estómago.
- Escucha - dijo Gruman -. ¿Tuviste que enviar alguna vez a un hombre a una misión que pudiera tener unas consecuencias tan desastrosas como las que nos amenazan a nosotros? Inténtalo alguna vez. No es tan fácil como parece. Quiero ver desarmada esa bomba, no que nos estalle en la cara, y no tendré compasión de ti ni de nadie, con tal de lograrlo.
- Tienes miedo, y es por eso por lo que no me dejas acercarme.
Gruman le miró fijamente.
- Sí, tengo miedo. Y también tú y cualquier otro que se halle en el radio de acción de la bomba. Cualquiera que diga otra cosa es un mentiroso. Pero no dejaré que nadie se enfrente con ese artefacto mientras tengo más información que puede afectar al resultado.
Roger contempló profundamente el rostro de Gruman, tratando de hallar algún signo de la debilidad que imaginaba en él. Pero sus ojos parecían como siempre, firmes, completamente controlados.
- Lo siento - dijo al fin Roger.
Gruman ni se molestó en aceptar sus excusas. Ni el otro lo esperaba. Ambos conocían tan íntimamente el rostro de la muerte que las palabras duras se daban por no dichas.
- Las cosas están así - dijo Gruman -. Telecomunicaciones ha descifrado el código de transmisión de la bomba. Es realmente astuto, por eso les ha llevado tanto tiempo. La transmisión modulada está producida por la diferencia fásica de las tres transmisiones por separado. Si se escucha cualquiera de ellas, uno no entiende nada. Si se pasan las tres juntas y se analiza la señal compuesta, sí tiene sentido. Este sentido:
Conectó la grabadora, y de ella surgió una oleada de sonido en alta fidelidad. Sonido normal. Pájaros cantando por los tejados, un aleteo cercano... y el ruido de un hombre arrastrándose y maldiciendo entre los cascotes.
-¡Infiernos! - dijo Roger -. Ese soy yo cuando me acerqué la primera vez. Pero no me aproximé a menos de doscientos metros.
- Lo sé - dijo Gruman -. Eso nos indica la tecnología con la que nos enfrentamos. Esa bomba debe llevar unos micrófonos que pueden captar la caída de una aguja a noventa metros. Y transmite todo sonido que escucha.
-¿Para qué?
- A mí que me registren. Resulta lógico suponer que la bomba puede ser detonada por radio tan pronto como sus operadores escuchen aproximarse a un equipo de artificieros, pero, en alguna forma, hay algo ahí que no concuerda. Uno no necesitaría tal sensibilidad para detectar a un hombre con una llave inglesa. Por otra parte, podría ser una trampa. Si colocan bastantes aparatos falsos, es más posible que tomemos una decisión equivocada. Y nuestra primera equivocación sería la última. Cuanto más tiempo nos mantengan indecisos, mejor para ellos, pues el área permanecerá cerrada.
-¿Podrían estar usando el volumen del sonido para medir nuestra proximidad a la bomba?
- No lo creo - Gruman se mordisqueó el labio -. Supongo que los transmisores de la bomba están bajo un control automático de ganancia. El escuchar esta grabación nos da una clara indicación que un sonido producido junto a la bomba no sería emitido con mayor intensidad que el mismo sonido efectuado a un centenar de metros. La única diferencia que habría en la distancia sería la detección de los sonidos de muy pequeño volumen. Estos sonidos casi inaudibles serían captados solo de producirse muy cerca de la bomba.
-¿Qué sonidos?
- El latido de un corazón - dijo Gruman
- ¡Dios mío! ¿Puede detectar eso?
- Si los datos son correctos, puede detectar el latido de un corazón humano a unos tres pasos de distancia, siempre que opere a máxima ganancia. Sería un detonador maravilloso: un pulso rítmico situado en una gama muy definida de frecuencias. No seria demasiado difícil construir un circuito de aceptación que reaccionase ante el latido de un corazón y nada más.
Roger reflexionó durante un momento.
- Pero uno podría colocar el detonador dentro de la bomba. ¿ Para qué transmitir los sonidos?
- No lo sé - dijo Gruman -. Eso es lo que me tiene preocupado. Sandor sugiere que nuestros recientes éxitos desarmando bombas hayan sido tan fabulosos que hayan montado ese cacharro para tratar de averiguar cómo lo hacemos. Eso explicaría por qué la transmisión está en código.
Roger sonrió agriamente.
- Ya me los puedo imaginar sentados junto a un receptor y escuchando cada una de nuestras maldiciones y plegarias. No se iban a enterar tanto de nuestros métodos como de la forma en que blasfemamos.
- Creo que ya he averiguado lo de la radio - dijo Gruman -. Es realmente astuto. Si recuerdas, la bomba de Southhall estaba preparada para estallar al recibir un impulso de radio. La eliminaron con un simple aislamiento a las ondas. La bomba de Sheerhaven era diferente. Por lo visto, estaba preparada para estallar cuando interrumpiesen una transmisión exterior al intentar aislar la bomba. El equipo de Sheerhaven nunca regresó.
»No pueden intentar un mismo truco dos veces. Una vez hallemos la señal a la que está respondiendo la bomba es bien simple el duplicaría con un transmisor local y luego interferir su señal. Eso nos daría el control del detonador por radio y podríamos trabajar tranquilos. Esta bomba va un paso más allá.
-¿Cómo es eso? - preguntó Roger.
- Tal como me lo imagino - dijo Gruman -, las transmisiones de la bomba son captadas por una estación de escucha en el continente, y la misma señal es retransmitida de vuelta pero con diferente frecuencia. La estación monitora es probablemente una unidad robot que, con toda seguridad, está usando una onda de tipo similar de diferencia fásica. En otras palabras, los sonidos captados aquí son devueltos a la bomba en forma idéntica, pero con una diferente frecuencia de transmisión, por la estación robot. Todo lo que necesita la bomba es comparar la transmisión con la recepción usando un circuito detector de coincidencias que retiene el detonador.
«Si tratamos de interferir ya sea con la transmisión o la recepción, el balance de coincidencias desaparece y todo salta por los aires. Eso significa que no podemos construir una interferencia radial alrededor de la bomba.
- Muy logrado - dijo Roger -. Y ellos pueden quedarse confortablemente sentados y escucharnos como la sudamos y enviarnos al infierno en el momento que elijan. Hasta una condenada tormenta podría hacer dispararse un cacharro así.
- Ya he comprobado eso - dijo Gruman -. La oficina meteorológica dice que estamos en la mejor estación del año. No hay previsiones de tormentas en esta área y la actividad de las manchas solares está en su punto mínimo. Hemos pedido que se detenga todo el equipo de esta región que pudiera causar interferencias. Dado que no tenemos ni idea de qué tolerancia permiten los detectores de coincidencia, es difícil estimar qué fenómenos eléctricos pueden causar el estallido ni cuanto tiempo permanecerá estable, suponiendo que no se la haga estallar.
- No soy un experto en comunicaciones - dijo Roger -, pero, ¿no podríamos captar la señal de llegada y retransmitirla localmente? Luego, podríamos montar un aparato que alimentase la señal de la bomba a nuestro transmisor y montar las pantallas habituales que interfiriesen del todo las transmisiones exteriores.
- Tan solo hay un pequeño problema - dijo Gruman -. El que aún no sabemos cuál es la señal de llegada, de todos los líos que se captan. Hay al menos ocho estaciones en el continente emitiendo señales sin sentido. Hasta ahora no hemos podido averiguar cuáles son las que se unen para dar una frecuencia de emisión correcta. Hasta que no tengamos esa información, no podemos emitiría localmente. No nos cabe hacer otra cosa que rezar.
La luz de llamada del teléfono brilló y Gruman lo tomó, escuchando atentamente. Cuando lo colgó, se volvió hacia Roger.
- Era Telecomunicaciones. Creen que están efectuando progresos, pero no pueden asegurarlo. Han localizado dos transmisores que se conjuntan y están buscando el tercero. Hasta que tengan los tres, no podrán unirlos para detectar la señal. Pero si supieran qué señal están buscando, les sería más fácil detectar la transmisión sin sentido que tuviera una modulación similar.
-¿Y qué es lo que desean? - interrogó Roger -. ¿Qué vaya alguien y cante por esos micrófonos?
- No exactamente. Quieren que alguien se arrastre hasta allí y dirija un altavoz hacia la bomba, alimentándola deliberadamente con una amplia gama de frecuencias de sonido. Entonces tendremos que enviársela también a Telecomunicaciones por el hilo telefónico para que puedan establecer una comparación con las transmisiones sospechosas.
- Infiernos - dijo Roger -. Las cosas se complican de tal forma que uno necesita un curso de electrónica hasta para desarmar una bomba. ¿Cuándo va a llegar ese altavoz?
- Hay un coche de policía fuera del radio de los dos kilómetros que tiene un altavoz y un amplificador. No pueden traerlo más cerca por si la ignición del coche hiciese estallar a la bomba. Están desmontando el equipo en estos momentos, y quieren que vaya alguien a recogerlo.
- Pues vayamos - dijo Roger -. Cualquier cosa es mejor que estar aquí esperando.
El sol calentaba, calentaba mucho más que nunca que pudiera recordar Roger, más aún que cuando estaba echado en el cálido cemento y polvo de las cercanías de la bomba. El amplificador no había sido construido para transportarlo fácilmente, y la pesada caja negra tenía bordes que cortaban sus dedos y se le clavaban en el costado. El gran altavoz era mucho más pesado de lo que se había imaginado, y sus brazos estuvieron pronto tan cansados que sus alterados nervios casi llegaron a la histeria.
El Mayor Gruman estaba igualmente agobiado. Bajo cada brazo llevaba una batería de coche, cuyo ácido le goteaba por las muñecas, obligándole a dejarlas frecuentemente en el suelo para escupirse a los brazos y frotárselos contra los pantalones. Alrededor de su cuello llevaba arrollada una maraña de cables y conexiones, y colgando precariamente de su hombro, de un trozo de cuerda, llevaba una plataforma de gramófono con un disco pegado al plato, que amenazaba dañarse a cada golpe que daba contra su costado.
Pero, al contrario de Roger, Gruman aún tenía la clara mirada de un hombre totalmente controlado. Ninguna cosa, física o mental, parecía jamás atravesar su suave calma. Roger se preguntaba cuánto de su compostura sería real y cuánto fingido. Michael siempre estaba un poco hacia atrás, azuzando, animando, organizando y dispuesto a acabar con mano dura con la menor muestra de disentimiento o pánico en su equipo, pero de forma impersonal. No era un tipo de lo más amistoso, pero, en medio de terribles tensiones y peligros, permanecía completamente inalterable e inconmovible, una isla de estabilidad en medio del caos. Si alguna vez Michael había estado cerca de la ruptura, Roger se alegraba de no haberlo sabido.
En las ruinas, Gruman señaló.
- Quiero que el altavoz esté a media distancia de esa losa de cemento. Trata de colocarlo directamente apuntado contra la bomba y de acuñarlo con unos cascotes. Luego, vuelve a por el cable.
Roger asintió y se arrastró hacia adelante sobre el ardiente terreno con la trompeta del altavoz cogida entre los brazos. Era un método de locomoción realmente penoso, con todo su peso apoyado en codos y rodillas, pero no quedaba otra alternativa si quería mantenerse por debajo del ecuador de la bomba. Tras lo que pareció una eternidad de agonía alcanzó el objetivo y aseguró el altavoz con trozos de ladrillos rotos unidos por el cemento de sus plegarias. Luego, aunque sabia que era imposible, regresó y arrastró el cable, efectuando las conexiones con unos dedos que ya hacía rato eran incapaces de tales trabajos delicados.
Gruman había estado atareado en el punto de seguridad montando el amplificador y el tocadiscos y tratando de limpiar la cinta adhesiva del disco con un pañuelo empapado en té. Abrió una caja de conexiones del cable telefónico y estableció un segundo circuito a Telecomunicaciones. Entonces giró el botón y el amplificado raspado de su dedo contra la aguja resonó por la asombrada arena de la muerte.
-¡Ya está! - exclamó, incrementando el volumen.
El tremendo zumbido de la aguja en los surcos iniciales hizo alzar el vuelo a los estorninos distantes como preludio al pánico que sentirían cuando se iniciase la grabación. Era un disco de pruebas de frecuencia de rápida repetición, que recorría todo el espectro audible cada segundo. El profundo rugido de los dieciséis ciclos se convertía inmediatamente en un gemido y luego en un aullido que subía hasta el límite de audibilidad. El resultado era como un extraño e inhumano grito que creciese y disminuyese en confusión de ecos y se extendiese potentemente por la yerma destrucción.
La luz de llamada del teléfono estaba parpadeando aun antes de que terminase el disco. Gruman contestó impaciente.
- No, no puedo hacer nada contra esos ecos, y no puedo acercar más el altavoz a la bomba. Tienen en esa cosa detectores magnéticos que a buen seguro la harían estallar silo acercásemos a menos de cien pasos. Hasta el cable constituye un riesgo debido a los cambios de capacitancia másica. Una vez ha logrado alcanzar su equilibrio con un terreno estático una tipo Ne, más vale no ir jugando con las condiciones.
Colgó el teléfono con un golpe.
-¡Esos malditos imbéciles! Están llorando por los ecos y la pausa de tiempo causada por la distancia entre el altavoz y la bomba. Tendrán que compensarlos en sus aparatos con una línea de retención de un circuito de filtro. ¿Dónde están Jed y Mark?
- Por el perímetro, matando gatos para que no se acerquen a la bomba - dijo Roger.
- Bueno, ve y diles que vengan a hacerse cargo de esto. Luego sígueme a Telecomunicaciones. Voy a ver que es lo que están haciendo allí.
Telecomunicaciones, aquella vez, se componía de cinco grandes camiones de remolque situados en línea en una autopista desierta, a tres kilómetros del punto de seguridad. El primer kilómetro era recorrido a pie, ya que no se permitía a ningún vehículo acercarse más a la bomba. Una vez recorrido, los vigilantes y unida des de servicio se mostraban muy bien dispuestos a transportar a los artificieros. Gruman llegó a Telecomunicaciones en un jeep y Roger le siguió en el sidecar de un estafeta.
Uno de los camiones contenía los generadores y unidades de energía para el resto del grupo. Allí, un solitario técnico militar sudaba copiosamente a una increíble proximidad de sus atronadoras máquinas. Y por encima del rugido y aullido se oía el aniquilador gemido del convertidor de dos mil ciclos ahogándose en oleadas de angustiado ruido.
Los otros cuatro eran vehículos de comunicaciones, con los techos repletos de antenas parabólicas, en cuyo interior, casi soldados a la masa de aparatos electrónicos, se encontraban los técnicos en radio, luchando con sus complejos y desordenados instrumentos. El Teniente Sandor hizo una señal a los artificieros para que entrasen en el camión central y, aunque casi no había sitio para permanecer de pie, logró cerrar la puerta para aislarse del ruido de los generadores. Sandor apenas si tenía veintitrés años, pero manejaba su asombroso instrumental como si fuera una extensión de su propio cuerpo. Hizo un gesto con la cabeza hacia la hilera de osciloscópios, ajustando la amplificación para ilustrar los datos que proporcionaba:
- Este oscilo muestra las características audio de las transmisiones combinadas de la bomba. En términos de sonido da esto...
Conectó un interruptor y escucharon la clara señal del altavoz cercano a la bomba, acoplada a la compleja trama de ecos de las ruinas. Luego silencio mientras cambiaban el disco en el punto de seguridad. Y entonces una alondra, chillando desde lo alto, el zumbido de la aguja del gramófono y luego de nuevo el tono creciente.
- Este oscilo muestra las características del transmisor situado en Ulzen, cerca de Bremen. En términos de sonido es ininteligible, pero su curva tiene un trazado paralelo al de la bomba. Aquí está la curva de un transmisor en Kiel, y de nuevo su sonido es ininteligible, pero los dos se conjugan. La tercera estación constituye aún un enigma.
El teléfono situado junto a su codo cloqueó.
- Inténtelo con Celle a dos cero veintisiete coma ocho. Parece prometedor.
Lo haremos - contestó Sandor. Hizo unos rápidos ajustes en las escalas de graduación del vernier y conectó otro par de osciloscópios, asiendo una maraña de cables coaxiales para completar la conexión.
-¡Ah, si! Parece que Celle va a completarnos la trama. Ahora quizá podamos reconstituir la onda y obtener algún sentido de todo esto.
Dio algunas instrucciones rápidas por el interfono e inició un rápido reajuste de las conexiones. El altavoz vibró con un silbante y molesto zumbido, luego se apagó, y finalmente emitió la rápida secuencia del disco de pruebas.
-¡Ya lo hemos logrado! - exclamó Sandor, con tono de triunfo -. Esta es la señal que la bomba está recibiendo desde los transmisores de Alemania. Es curioso pensar que una sola nota o la ausencia de la misma sea todo lo que se interponga entre nosotros y una muerte radioactiva.
-¡Déjese de filosofías! - dijo Gruman -. Tenemos que volver y trabajar en esa cosa.
- Entonces tiene suerte - le dijo Sandor -. Con ese tipo de bombas los que están más cerca y más lejos son los más afortunados. O mueren rápidamente o no les pasa nada. Somos los de enmedio los que morimos de una forma más lenta.
- Nadie va a morir - dijo Gruman -, si puede darme algunas buenas respuestas.
Sandor lo miró, mientras sus ojos mostraban algo del miedo de lo profundo de su alma.
-¡Lo siento! No debería haber dicho eso. No podría trabajar en primera línea aunque quisiese. La sola visión de esas cosas me deja paralizado.
-A mí también. ¿Cuánta tolerancia tiene que permitir el detector de coincidencia de la bomba para que el sistema permanezca estable?
Sandor ajustó un osciloscopio de dos bandas.
- La curva de arriba es de la bomba, la de abajo de Alemania. Mire las variaciones de la parte inferior de la curva de abajo... mas o menos representan un diez por ciento de la señal total. Yo diría que la tolerancia no debe ser menos de un diez por ciento más que eso. No es un limite demasiado alto cuando uno considera las dificultades de mantener los tres transmisores alemanes en una fase escalonada conjunta. Debe haber también una cierta tolerancia en el tiempo para nulificar las interferencias debidas a fenómenos transitorios tales como un rayo lejano.
-¡Excelente! - dijo Gruman -. ¿Cree que nos podrá dar una emisión local para mantener a la bomba inerte mientras interferirnos las emisiones alemanas? De esa forma podríamos trabajar a nuestro aire sin que nos oyesen e hiciesen estallar esa cosa en el momento crítico.
- Seguro, puedo hacerlo, pero, no sé por qué, me parece demasiado fácil. Deben haber imaginado que llegaríamos hasta ahí. Apostaría cualquier cosa a que debe haber una trampa en algún lado... algo cargado de veneno. Voy a efectuar un análisis del espectro de la frecuencia auditiva para ver si encuentro algo.
Conectó el analizador de frecuencia y comprobó la calibración con un generador de señales.
- Veamos que tenemos ahora. ¡Ah, sí, me lo pensaba!
-¿Problemas? - preguntó Gruman.
-¡Desde luego! Están trasteando la señal, eliminando octavas aparentemente al azar, con intervalos de siete segundos. Me imagino que es una secuencia preestablecida, incorporada a los circuitos de coincidencia de la bomba.
-¿Y cómo nos afecta a nosotros?
- De una forma muy simple - dijo Sandor -. Dado que no conocemos la secuencia a suprimir, no podemos duplicar la transmisión alemana. Es por tanto imposible intentar aislar la bomba.
-¿No puede averiguar la secuencia? Debe ser repetitiva, o estar basada en alguna fórmula.
- Con unas tres semanas de tiempo y un buen computador podemos averiguar cualquier cosa. ¿Cuánto tiempo nos es factible esperar?
- Entonces, ¿cuál es nuestra siguiente jugada? - preguntó Roger. La luna llena estaba en lo alto y brillaba intensamente, y la bomba era un destello maligno contra el fondo de las más lejanas sombras. La escena tenía en su totalidad un aire de irrealidad, y la atmósfera nocturna se notaba gélida tras el calor del día. El mal llamado punto de seguridad, no era menos frío.
- Admitásmolo - dijo Gruman -. Hagamos lo que hagamos, tendrá que ser con la bomba transmitiendo y recibiendo libremente, y nuestros movimientos van a ser escuchados por los controladores de la bomba. Hagamos sonar una llave inglesa a un centenar de pasos y nos la estallarán en las narices. Si solo pudiéramos cortar esa unión, únicamente tendríamos que preocupamos de los mecanismos automáticos.
-¿Estarán escuchando todo el tiempo?
- Les es preciso hacerlo, pues no saben cuándo podemos actuar. Me pregunto si esto se podría transformar en una lección de psicología aplicada.
-¿Qué quieres decir?
- Quiero decir - dijo Gruman - que han introducido el elemento humano en el control de las bombas, y siendo lo que son los humanos, quizá resulten el punto más débil de la cadena. Lo único que nos impide que nos ocupemos de esa bomba es un operador lejano... y tiene que escuchar precisamente lo que deseemos que oiga.
Roger se sentó repentinamente.
-¡Santo Moisés, qué idea! Nuestro disco debe de haberle dejado alelado.
- Precisamente - dijo Gruman -, pero eso no es nada comparado con lo que podríamos hacer si quisiésemos. Si podemos enviarle el sonido correcto durante el tiempo suficiente, o dejará de escuchar, o nos enviará al infierno para alterar la monotonía.
Despertó a Jed y Mark con la punta de su bota, y les explicó rápidamente la idea. Su entusiasmo era contagioso, y el plan fue aprobado con adormilada unanimidad.
- Mantened la posición - dijo Gruman -. Yo voy a retaguardia a conseguir alguna ayuda. Dos de vosotros salidme a encontrar al punto de un kilómetro a las seis en punto para echarme una mano con el equipo. Para cuando hayamos terminado, desearán que la radio no hubiera sido jamás inventada.
Esta vez pudieron disponer de una carretilla, y el nuevo equipo fue amontonado inestablemente sobre la misma. En un saco de mano Gruman llevaba su arma secreta en forma de una caja plana que contenía una grabación magnetofónica con los extremos de la cinta unidos, para que se repitiese continuamente. Los tres hombres llevaron sus tesoros a través de las solitarias calles hacia el punto de seguridad con unos ánimos mucho más optimistas de los que habían tenido desde el comienzo. Al fin iba a haber algo de acción.
Después del desayuno montaron el nuevo equipo. El sol de la mañana aún no brillaba con toda su fuerza y los treinta y dos altavoces, de pistón libre y gran potencia, del último modelo, fueron instalados en un anillo abierto a una distancia de sesenta metros. Los cables fueron dispersados radialmente hasta una distancia segura para minimizar el efecto de la capacitancia, tras lo que eran llevados hacia el punto de seguridad.
Luego, llegó un equipo voluntario de zapadores con una carretilla repleta de amplificadores, baterías, un recargador de baterías y una caja de cervezas. Cuando el área quedó despejada de nuevo, Gruman hizo una comprobación final del circuito, y puso la grabación en el magnetófono.
- Lo mejor será que os pongáis los tapones en los oídos. Esto va a ser bastante duro.
Lo fue. Una gigantesca y estridente voz retumbó por el área, vibrando con nauseabundo entusiasmo. Era una grabación deliberadamente mala con un agudo silbido de fondo que hacía estremecer y vibrar al oído interno. Pero, si el efecto de sonido ya era malo, el sentido de las palabras era aún mucho peor:
-¡Use Umu en su colada! - exultaba la voz -. Una meneadita deja su ropa limpita como a usted le gusta. Solo Umu contiene el nuevo blanqueador óptico que realmente hace que su ropa brille en la oscuridad. ¡Verdadera blancura Umu para su colada! Unicamente Umu superblanco puede dejar su ropa brillante, brillantemente blanca, pues solo Umu contiene el ingrediente supersónico MK 64 que produce la blanca y brillante blancura que hasta puede ser vista en la oscuridad.
- Y que además hace pudrirse la ropa - gritó Roger, con la cara brillante de sudor - ¡Esto es un asesinato!
- Recuerden, una meneadita en Umu para un blanco más brillante. Solo Umu pone esa maravillosa blancura más blanca que el blanco en la colada. Use Umu y sabrá en realidad lo que es la blancura óptica. Una meneadita en Umu convertirá en realidad sus más blancos sueños del día de la colada. ¡Ahora tiene USTED la oportunidad de brillar!
- No puede hacerles eso - gritó Roger, metiéndose más profundamente los tapones en los oídos -. Va en contra de la Convención de Ginebra.
- Todo es válido en la guerra y el amor - murmuró Gruman.
-¡Para una blanca colada que sea una verdadera delicia use Umu que le dará la maravillosa blancura blanca!
-¡Infiernos! - dijo Roger -. ¿Cuántas veces repite eso?
- Sesenta veces por hora. Consulté a un psicólogo y me afirmó que era humanamente imposible el mantener una atenta escucha a esa transmisión durante más de cuarenta y cinco minutos. Después de eso, o se quitan los auriculares, o caen en estupor.
- Pero, ¿por qué ese volumen?
- Los transmisores de la bomba tienen un control automático de ganancia. Manteniendo el nivel de sonido irrazonablemente alto hacemos descender la ganancia, y por consiguiente la sensibilidad, hasta el mínimo, y podremos arrastrarnos verdaderamente cerca sin ser detectados. Cualquier ruido que hagamos tan solo será una mínima fracción del total. Incluimos el silbido en la grabación para cubrir las pausas entre las palabras. Si lográsemos llegar hasta allí y fijar los moderadores, podríamos desmontar el resto a nuestro antojo. Naturalmente, nos oirán cuando toquemos la bomba, pero si se ven obligados a escuchar a intervalos, como espero, quizá tengamos los minutos de gracia que necesitamos. Hay un cincuenta por ciento de posibilidades a nuestro favor.
- Es el mejor porcentaje que jamás hayamos tenido - consideró Roger.
Una y otra vez, con un entusiasmo infranqueable, la voz anónima aullaba con tonos de maravilla las virtudes del lavado. Durante t
· do el largo, cálido y perfectamente apto día para secar una colada, se repitió la cantinela. En el punto de seguridad el equipo sudaba y se movía nervioso; a causa del calor no tenían ganas de mantener sus oídos continuamente taponados, pero, debido al ruido, eran incapaces de sufrir la agonía de tener que escuchar. Al atardecer, Gruman hizo que hasta los auxiliares de servicio fueran retirados más allá del radio de acción de la radioactividad. Luego, a la luz de un cielo claro pero oscureciendo, hizo la señal para que se iniciase la operación.Roger abrió camino por entre las ruinas, arrastrándose alrededor de las obstrucciones con la experiencia que le daba la familiaridad. Jed y Mark lo seguían a intervalos de treinta metros, desenredando el cable blindado del intercomunicador y colocando nuevos aislantes al suelo cuando el terreno se lo permitía.
Roger estaba equipado con un micrófono de laringe y unos grandes auriculares que le aislaban del ruido exterior pero, aún así, la comunicación con Gruman, que permanecía en el punto de seguridad, era un proceso pesado y difícil. Una vez entró en el anillo de altavoces fue casi imposible. Se quitó el cable del intercomunicador e indicó a Jed y Mark que regresasen al punto de seguridad. Por mucho que necesitase la confianza y los consejos de Gruman, aquello iba a tener que ser un trabajo solitario.
A pesar del aislamiento en sus oídos, el nivel de sonido fue pronto insoportable; los tonos graves le hacían vibrar el cerebro y el agudo silbido le atontaba los sentidos. Hasta entonces habla podido m<> verse rápidamente, confiado en que los débiles ruidos de sus movimientos eran indetectables bajo el sonido de los altavoces, pero a medida que se fue alejando de estos y acercando a la bomba, la situación se invirtió rápidamente. En algún punto de allí delante se encontraba el lugar en que el más débil ruido que produjese se distinguiría por encima del recital del fondo. Desde ese punto el éxito o fracaso eran solo cuestión de tiempo y suerte.
Fue únicamente al acercarse a la bomba cuando se le ocurrió una peculiar dificultad: se quedó quieto contra el suelo que se enfriaba, mientras el pánico le atenazaba el corazón. Los auriculares eran eficientes, atenuaban la cacofonía de los altavoces hasta un nivel casi soportable, pero también le impedían escuchar el ruido de su propia actuación. Y sin oír no podía juzgar cuando atravesaba el punto álgido: aquel en que el silencio debía ser sacrificado a la velocidad. Se arrancó los auriculares y lo lamentó al instante. El sonido batió contra sus oídos en oleadas crecientes y arrolladoras, y el dolor era como agujas clavadas en los mismos. A ese nivel de sonido no notaba voces, solo dolor y presión, aumentos y descensos, que anonadaban sus sentidos y amenazaban su cerebro con una protectora pérdida de la consciencia.
Se arrastró hacia adelante con aire incierto, deseando desesperadamente estremecerse y aullar con sus manos sobre los oídos, pero incapaz de disminuir su tensión por otro acto más violento que el apretar sus dientes y sudar. La bomba parecía a un kilómetro de distancia, hinchada y marcada por malignas ventanas y siniestros bultos. Los detectores, colocados como las manchas de un huevo, escuchaban con increíbles oídos electrónicos su lloriqueo entre el polvo.
Y entonces estuvo a diez pasos de distancia. El desnudo acero parecía contemplar cada uno de sus movimientos; su superficie irradiaba malicia como un frío sol metálico. Se mantuvo tranquilo, al fin, planeando el movimiento de cada uno de sus músculos en el siguiente intervalo. Primero hacer masa con la carcasa... cinta autoadhesiva conductora, aquí no puedo permitirme magnetos. Ignoraré los automáticos; me mantendré por debajo del ecuador de la bomba, en donde el suelo escuda a un hombre del radar antipersonas. ¡Alabados sean los cielos por estas ropas tratadas con carbono que eliminan la estática! ¿Y qué pasará con los infrarrojos? Es inútil preocuparse de eso, el suelo aún está bastante caliente. Si los detectores se dan cuenta del cambio, no hay nada que pueda hacer.
¡Vamos ya! No, aún no. ¿Qué es esa rejilla cerca de la trampilla de los moderadores? Me lo imaginé. Una trampa reflectora de ultrasonidos que solo está esperando que una mano devuelva un impulso a la cavidad. La primera vez que me encontré con una de esas la envié microfónica. ¡Mal momento! Necesitaré una placa de absorción sensible a la presión para cubrir eso. ¿Y los moderadores? Roguemos porque sean movidos por servo y no por una carga explosiva. Esos tres segundos extra son realmente importantes y no puedo dejar que la bomba llegue a masa crítica. ¡No después de todo esto!
¡Malditos altavoces! No puedo soportarlos mucho más. Casi me he desvanecido. Y si lo hago, ya no hay remedio... la hemos cagado por completo. ¡Infiernos! Ya no puedo ni pensar correctamente. No importa, voy a ir de todas maneras. ¿Me escuchas, maldito globo? Voy a ir y no podrás hacer nada para detenerme.
- Está en problemas - dijo Gruman -. Sigue a una distancia de seis metros, moviéndose como una mosca borracha.
-¿Quieres que vaya tras él? - le dijo Mark con aire interrogante.
- No, ya es demasiado tarde. O lo consigue o no, y hay poco que podamos hacer para mejorar la situación. ¿Por qué tuvo el muy idiota que quitarse los auriculares? Debía haber supuesto que la intensidad de sonido lo iba a dejar groggy.
- Eso es un punto de vista - dijo Mark -. Pero sabes tan bien como yo que cuando uno está a un paso de la eternidad no ve las cosas de la misma forma. Las pequeñas cosas, imperceptibles, asumen una importancia definitiva. Uno no puede ni explicarlo por el intercomunicador. La mente llega a una hipersensibilidad. Algo en lo que uno se había fijado se agranda hasta convertirse en la línea divisoria entre la vida y la muerte. Y en ese momento uno sigue sus intuiciones como si se tratara de instintos.
- Se está moviendo - dijo Gruman -. ¡Aleluya, va hacia adelante! ¡Buen chico! Está trabajando en los detectores y moviéndose como un poseso. Creo que ha abierto la trampilla de los moderadores. ¿Qué tal va la señal alemana?
- Se mantiene - dijo Mark -. Aún no lo han oído. No, se ha detenido. ¡Por Dios, han dejado de emitir!
- Y aún estamos así. Roger debe de haber... ¡Infiernos! Se ha desplomado. Apagad los altavoces, voy hacia allí. Si no coloca todos los moderadores, aún puede llegar a masa crítica.
-¿Quieres alguna ayuda?
- Unicamente las plegarias acostumbradas.
No pensaba en Roger. Sus ojos estaban estudiando la bomba mientras corría. La luz era mala pero podía ver la portezuela de los moderadores, oscura contra lo claro, totalmente abierta, mientras corría. El extremo de algo metálico surgía de la cámara de moderadores.
¿Cómo fija uno una barra de control de un moderador que ha comenzado a moverse? Le pones una mordaza o la doblas. Si uno acaba con una rápidamente, puede tener tiempo para ocuparse de otra. A unos cuatro segundos para cada una, Roger puede haber tenido tiempo de amordazar... quizá unas tres antes de derrumbarse.
Hizo rápidos cálculos mientras se zambullía por encima de los cascotes, manteniendo milagrosamente su equilibrio sin atención consciente. Si se hablan quedado tres moderadores en su lugar, entonces la fusión sólo podía proceder a una velocidad controlada con un lento aumento del calor hasta que las barras de cadmio se fundiesen y goteasen fuera de un radio de acción efectivo. Con un reactor de ese tamaño el proceso Llevaría segundos... no, minutos. ¡Esos minutos/
Se abalanzó contra el compartimento de los moderadores, haciendo que sus dedos le dijesen lo que sus ojos mal podían ver. Tres barras moderadoras amordazadas y una cuarta doblada con una llave inglesa. Con cuatro de los ocho moderadores en su sitio las posibilidades en contra de que la bomba llegase a masa crítica eran solo de...
Su mente se nubló con un fascinado horror. Una de las barras de control estaba subiendo lentamente a pesar del atenazamiento de la mordaza. Limaduras metálicas caían a sus dedos mientras el impaciente metal se movía lentamente hacia arriba, atraído con siniestro poder por algún mecanismo incansable. Su frenético y apresurado cerebro imaginó que podía notar el incremento de radiación, penetrando su cuerpo con lenguas de llamas para engolfarlo en la conflagración final.
¿Cómo detener su movimiento? No tenía mordazas y no había tiempo para buscar las de Roger. Tenía que haber alguna forma. ¿La llave inglesa? No, la llave estaba sólidamente fijada a la barra doblada y aplastada contra el techo del compartimento por la misma compulsión mecánica que estaba rompiendo los dientes de la mordaza. S~ tan solo pudiera ver bien! ¡Infiernos! ¿Qué era eso? Una falla, una muesca, no, un agujero... un bendito agujero a través de la barra. Un clavo, un tornillo, un destornillador... cualquier cosa Le servía. Un pequeño destornillador fue hallado por sus frenéticos dedos en un bolsillo y agradecido lo metió en el agujero tan solo un instante antes de que llegase a la mordaza. El angustiado gemido de un servo frustrado le dijo que el acero había cumplido con su deber.
Tres moderadores y medio y aún estaba a un paso del infierno. Si pudiera llegar a los servos y dejar caer otro moderador. Era una especulación estúpida, sería necesario un taller bien equipado para abrirse camino hasta allí. ¿Cuánto faltaba para llegar a masa crítica? Era inútil, el cálculo tenía demasiadas incógnitas. Ciertamente no había tiempo para ir a buscar un soplete. Entonces, ¿cómo cortar un centímetro de acero al cromo con las manos desnudas y una plegaria? ¡Oh, Cristo! ¡Oh, maldita sea! Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Las malditas cosas se estaban moviendo de nuevo... todas ellas. ¡Era el final! Eso es lo que le pasa a todo el mundo, nunca a uno mismo... tan solo una vez. Este es el borde de la eternidad. La sensación más allá de toda sensación, la casa que se derrumba sin llegar a derrumbarse... cayendo... cayendo...
De los dos hombres, Gruman era el que estaba peor. A Roger se le trató por su shock y los oídos dañados, y aceptó un aparato para la sordera con filosofía. Se había desvanecido bajo la presión del sonido y la tensión, pero mientras se desplomaba habla sabido, con seguridad, que Gruman lo resolvería. ¿Por qué? Bueno, porque Michael Gruman siempre lo resolvía todo. Y nada alteraba a Michael.
Pero Gruman estaba sometido a tratamiento por un shock profundo y, durante muchos días, su estado fue desesperado. El narcoanálisis reveló su convencida aceptación de la muerte. Sabía que la bomba había estallado. Había tenido sus manos en los moderadores, los había notado moverse, había sabido la inminencia de la masa crítica en el reactor. Luego, había caído en las sombras. Y esto era la muerte, ¿no?
Fue necesaria toda la habilidad de un experimentado psiquiatra durante muchas pacientes semanas para convencerlo de que volviese a la vida. Indudablemente, los moderadores se habían movido. Pero, en la confusión y ofuscamiento mental del momento, había confundido los hechos. El movimiento era importante, pero también la dirección del mismo.
El Teniente Sandor de Telecomunicaciones, al oír acabarse la señal alemana, había conectado rápidamente sus propios transmisores. Dado que la bomba no habla explotado, pero obviamente habla sido ya iniciado el proceso de detonación, se imaginó que no tenía nada que perder. Durante la tarde habían determinado a grosso modo la secuencia de eliminación de octavas, pero no tenían equipo capaz de efectuarlo automáticamente. Por consiguiente, Sandor sufrió en silencio, insertando manualmente filtros de octavas en un circuito montado a toda prisa con intervalos de siete segundos, y perdiendo rápidamente el control de sus nervios mientras escuchaba la angustiada batalla de Gruman retransmitida por los micrófonos de la bomba.
Sí, Gruman habla notado moverse a los moderadores, de acuerdo... pero se movían hacia abajo, a la posición de seguridad, mientras la bomba volvía a su estado inerte bajo la influencia de la nueva transmisión. Y Gruman, cuando estuvo lo suficientemente cuerdo como para aceptarlo, tuvo que admitir que habla sido una excelente idea.
FIN